jueves, abril 20, 2006

DOLOR DE AMOR


¿El amor duele? Pues no sabría si afirmarlo o negarlo. Quizás el amor en si no duela, pero si cosas que se le parecen, que se le acercan. El amor como tal no puede doler, como no duele el algodón, aunque escueza el alcohol que a veces le impregna.

Pero si duele la actitud de quien sigue negándoselo, a la vez que deseándolo, seguramente, más que nunca. Duele la confusión, el lío que se forma entre el amor y el orgullo, la equivoca interpretación del mal llamado amor propio.

Duelen las consecuencias del creerse que ya lo has dado todo y quedarse esperando que el amor haga milagros que no le corresponden. Duelen las acciones de la persona que se siente herida, espera respuestas determinadas y sigue ciega a las llamadas del amor.

Duelen todas las otras interpretaciones del amor.

El amor es rendirse, no es una fórmula matemática. El amor es entregarse, una y otra vez, sin sumar ni restar. El amor en si es ilógico. En el amor dos mas dos no son cuatro, muchas veces son dos más, y dos más, completando una escalera absurda que no lleva a ninguna parte, que no conduce a la felicidad, pero que nos complace. Nos gusta, sencillamente porque es lo que necesitamos, y bebemos calmando una sed que nunca desaparece.

Amar es soñar con alguien, no dejar de pensar en alguien, y perdonárselo todo. Amor es la inexplicable deformación de nuestra vista que nos hacer contemplar la más absoluta belleza. Amar es adorar, adular, venerar, desear, acariciar, sin sentido, sin pausa, sin análisis. Adorar sin esperar que te adoren. Adular como algo inevitable, que se nos escapen los piropos, es dejarse llevar, soltarse. Venerar al comprobar a diario que no hay nada mejor, aunque nuestro juicio no convenza a nadie. Desear, cómo si no pudiéramos controlar nuestra necesidad. Acariciar como si fuera la mejor manera de tocar el alma, buscándola entre los dedos, detrás de las orejas, en los rincones más pequeños del amado, sin cansarse nunca. Acariciar con la complacencia de colmar el deseo, y conseguir hacerlo todo a la vez, sin remordimientos, con satisfacción.



Podemos encender la hoguera, mantenerla, seguir echando madera, sin plantearnos si nos caldeara o no. El placer esta en hacer fuego, en el fuego mismo, amamos el fuego y nos encanta verle danzar. ¿Qué podemos esperar del fuego? Calor… pero si a pesar de la hoguera siguiéramos teniendo frío, ¿dejaríamos de echarle leña? Seguramente no, seguiríamos, con más ahínco si cabe, hasta que nos alcanzara el calor. Y sin darnos apenas cuenta, iríamos cogiendo temperatura, por el propio esfuerzo. Nos sobraría ya la llama, y casi la hoguera incuso. Esa es la única lógica del amor, no sabemos el fuego que necesitamos para dejar de tener frío, pero seguramente no será el fuego el que antes nos lo quite. Es el ejercicio que hacemos manteniendo el fuego, y después la belleza del fuego nos colma. El placer del amor es amar. El hecho de amar en si mismo, después la correspondencia nos colma el deseo, el ego, pero el verdadero placer es amar.

Como bien dice Erich Fromm: “Te necesito porque te quiero, no te quiero porque te necesite”

Esto es el absurdo, el principio de la espiral. No es un terreno de la lógica ni de las matemáticas. Amarte sin razón, sin explicación, y no poder evitar sonreírte.

Y ahora amar ya es hasta una condena. Un no poder evitarlo, eterno, cíclico, como una sentencia. En contra de mi razón, de todas mis razones, como si mi inteligencia fuera una tormenta en la que sobrevive tu imagen.

No te miro a los ojos porque me duele. Porque en mis sueños, en mi imaginación tus ojos brillan, poseen un indefinido magnetismo, pero en la realidad, no puedo soportarlos, seguramente porque no dicen lo que espero.

Y mi herida sangra, no deja de gotear.

Probablemente no sea esa tu intención, pero en cuanto me acerco a ti encuentro detalles que se me clavan. No puedo evitar tener en cuenta la sensación que siempre he tenido de que crees que metiendo más presión a las cosas estas terminan por desenredarse, ponerse en movimiento o desatascarse, aunque muchas de las veces, acaban estallando, antes que solucionándose. A menudo no es la fuerza la que abre las puertas, si no la habilidad de nuestra manos.

Esperar durante horas a que la pantalla del móvil se ilumine. Una vez y otra vez volver a comprobar que no hay mensajes nuevos. Escuchar tu detallada explicación de lo bien que se duerme en el nuevo colchón, pero que a pesar de todo sigue haciendo ruido. Eso si que duele.

Duele encontrar preservativos perfectamente a la vista ¿Para que querrás los condones? Que pregunta más infantil… seguramente será un producto más de mi inmadurez, con toda probabilidad.

Adiós, amor mío. Intentare olvidarte, aunque no lo consiga. La razón no vive en este terreno. Desconozco el futuro, pero ahora se me antoja estéril. Sin fruto, sin novedades, pero eso ya se vera. Haré lo posible por rehacerme, pero no se si lo conseguiré y cuando pase el dolor quizás me quede el recuerdo, espero que de los más hermosos. Espero quedarme, con el tiempo, con todas las horas que pasamos mirándonos, besándonos, hablando y tocándonos. También con todas las horas que pasé simplemente pensando en ti. Con tu olor, tu sonrisa, tus caricias. Con el agradable recuerdo de la pizca de vello que hay al final de tu espalda, con el tacto de tus manos, con el calor que se esconde tras tus orejas, con el aroma de tu cabello, con tus líquidos, con tus sonrisas blandas, con el brillo infantil de tus ojos, con tu voz trémula…con un recuerdo sabroso de ti.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El amor no se si duele, pero lo que le rodea sí, la buscado del amor, cuando crees que lo has encontrado y se te escapa entre los dedos, y te quedas con un vacio que parece que no acaba nunca. El amor es lo mejor y lo pero que puede pasarte

Humbert dijo...

¿y tenías dudas sobre si tenías que escribir un blog o no? yo no tengo ninguna al respecto.

un placer