Andan entre nosotros como uno más. Los veréis en el autobús, en la cola del supermercado o tomando el sol en la playa. A simple vista nada les diferencia, pero están ahí. Llevan una vida aparentemente normal, pero esconden matices que los hacen diferentes. Aunque no lo parezca, su estabilidad pende de un hilo. Cualquier día pueden caer bajo la sombra de su particular debilidad. En el fondo de una copa, bajo el hechizo de la música de la máquina tragaperras o escondido en lavabo de un bar, disfrazado de rallita, resucita su fantasma. Su vida vuelve al viejo punto donde gira sobre si misma una y otra vez como los viejos vinilos rallados. Repiten una conducta que les llevo al desastre, como si no pudieran evitarlo. Tienen un punto más débil, un error que quedo marcado en sus instrucciones vitales. Son como juguetes rotos. Como el androide que chocaba contra los marcos de las puertas en el piso del ingeniero genético de Blade Runner.
Al igual que el funambulista, mantienen el equilibrio, pero cualquier día caen, su sino les vence. Pero vuelven, como si nada hubiera pasado, como un tropezón en la calle. Se levantan, se sacuden el pelo y se arreglan el traje. Sonríen, para disimular, y entre los dientes se les escapa un taco. Y continúan a tu lado como si tal cosa.
Me miran a las ojos, y se permiten hacerse los fuertes, pero yo se de su fragilidad y hoy aún no se si es precisamente esa fragilidad la que despierta mi ternura. La fragilidad que les pinta un brillo en los ojos. Esa misma fragilidad que hace que me aparte de ellos por miedo a que me arrastren en su caída. Esa misma fragilidad, que como en un juego de espejos, reconozco en mi. La mía es querer a algunos de ellos a pesar de todo, sin remisión. Mis queridos juguetes rotos.
2 comentarios:
Tristemente bellos..
Si, dificil de explicar pero un sentimiento de inmensa ternura que me despiertan me impulso a escribir
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